11ª REFLEXIÓN: "EN VOZ ALTA"

REFLEXIONES AL TITULO SEGUNDO DE LA ESPIRITUALIDAD DE LA HERMANDAD

REGLA 12ª

Los hermanos vivirán su espiritualidad en la fe y caridad, haciendo del culto una auténtica alabanza a Dios Padre en Jesucristo por el Espíritu, mediante la asidua escucha de la Palabra de Dios, de la participación y adoración de la Eucaristía, de la vivencia singular de la oración personal y comunitaria, el ejercicio de las virtudes cristianas y la acción comprometida del anuncio de la Buena Noticia a los hombres.
 
"Si nos llamamos Hermandad de las Aguas, es porque en el Agua Viva que brota del costado de Cristo Nuestro Señor, y que estamos invitados a beber, se nos entrega el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo. El Espíritu prometido, abogado, paráclito, animador y santificador de nuestro ser cristiano y cofrade".
 
Con estás palabras os invitaba yo a la celebración del sacramento de la Confirmación de nuestros cuatro jóvenes hermanos en nuestra Capilla del Rosario el pasado 18 de octubre. Fue realmente un acontecimiento especial para nuestra Hermandad porque se hizo presente, a través del sacramento de la responsabilidad y fortaleza cristianas que es la Confirmación, el Espíritu Santo, Señor y dador de Vida. Vuelvo a copiar el texto de san Juan 7, 37-39 en el que nuestra Regla 11ª explicita de modo maravilloso y le da su verdadero sentido, al simbolismo de "las Aguas" que le da su nombre propio a nuestra imagen Titular: "El título del Santísimo Cristo de las Aguas nos recuerda las palabras de Jesús que le dan su verdadero significado: "El que tenga sed que venga a mí; el que crea en mí, que beba. De sus entrañas manarán torrentes de agua viva. Decía esto refiriéndose al Espíritu que habían de recibir los que creyeran en Él".
 
Es este el torrente de agua viva que mana en lo profundo de Dios y nos inunda y nos sumerge en Él; torrente que tenemos que beber a raudales para dejar al Espíritu hacer su obra en nosotros.
 
Es el Espíritu Santo que por el bautismo ya nos hizo templos vivos suyos. Es Él quién, como promesa del mismo Jesús antes de abandonar este mundo, tiene el encargo, como artífice que es de todo lo que existe, de modelarnos y transformarnos a cada uno de nosotros en discípulos de Jesucristo, en hombres y mujeres nuevos, renacidos a una vida nueva que es la misma vida de Dios. Urge que nos abramos a su Presencia sanadora e iluminadora para convertirnos en continuadores- como lo fueron los apóstoles el día de Pentecostés- de la obra de Jesús en el mundo. Nuestra misión como cristianos, como hermanos de las Aguas, es continuar el camino abierto por Jesús. Somos discípulos suyos y nuestra vida –la que respiramos a cada momento y nos mueve y nos vitaliza desde dentro de nosotros, contando con nuestras capacidades y limitaciones- tiene que amoldarse a Él para ser como él y lleguemos a hacer lo que él hizo.
 
Así, podemos una vez más releer con fruición, ahora que estamos en Cuaresma, el comienzo de nuestra Regla 11ª:"La espiritualidad que define nuestra Hermandad está centrada en Jesucristo crucificado, Sabiduría de Dios, que se nos muestra como el manantial que nos trasmite el Agua Viva del Espíritu Santo".
 
En este horizonte podemos apreciar nuestra Regla 12ª: "Los hermanos vivirán su espiritualidad...en la fe y caridad"
 
Nuestro recorrido por la espiritualidad de nuestra Hermandad da un paso más y nos centra de lleno en la praxis de nuestra fe: "vivirán su espiritualidad".La fe está llamada a vivirse, a realizarse en la práctica. No nos basta con saber de Dios y considerar en nuestra mente las maravillas que ha realizado entre nosotros. Ser hermano de las Aguas es vivir la espiritualidad, no sólo saberla. La espiritualidad –que es dejarnos guiar por el Espíritu de Dios- es lo que anima nuestro quehacer diario, nuestro compromiso concreto del día a día, nuestra forma de vivir en lo próspero y en lo adverso, lo que guía nuestro comportamiento concreto como hermano y cofrade y entre nosotros los hermanos. "No el que diga Señor, Señor... sino en el que haga la voluntad del Padre..."(Mt 7, 21) San Agustín nos advirtió: "Seremos juzgados por el amor". Donde se manifiesta nuestra fe es en el amor: "En esto sabrán que sois mis discípulos, si os amáis como yo os he amado". (Jn 14)
 
Vamos, pues, a releer despacio en este marco nuestra Regla 12ª:
"Los hermanos vivirán su espiritualidad... Haciendo del culto una auténtica alabanza a Dios Padre en Jesucristo por el Espíritu".
 
La autenticidad del culto, pilar básico de nuestra Hermandad, se origina dentro de nosotros, como una vivencia en nuestro corazón y plena consciencia de la Presencia viva de Jesús que vive en nuestro interior por obra del Espíritu Santo. "Los verdaderos adoradores adorarán a Dios en espíritu y en verdad" (Jn 4, 24), es decir, de corazón y arraigados en Dios. Si nos falta esta experiencia profunda, nuestro culto podría ser el que Jesús censuró de los sacerdotes y fariseos y los profetas, de parte de Dios, rechazaron del pueblo de Israel. Un culto externo y vacío, formal y estético pero falto del alma adoradora y convertida a Dios. Es, pues, necesario revisar nuestras actitudes y comportamientos a este respecto porque la única forma que tenemos de realizar un culto verdadero y agradable a Dios es –nos dice nuestra Regla-: "mediante...":
 
a) La asidua y permanente escucha de la Palabra de Dios.
Acogiéndola en nuestro corazón y meditándola, dejándonos seducir por el Espíritu de Dios que nos transforma y renueva cada día y nos guía personal y comunitariamente. El hermano de las Aguas es un sediento permanente de Dios, que conoce y vive palabra de Jesús: "El que tenga sed que venga a mí y beba"(Jn 7, 37). Tenemos que apropiarnos vitalmente del proyecto de Dios: "Venga a nosotros tu Reino..."
 
b) La participación y adoración de la Eucaristía.
La Eucaristía es la cumbre y la fuente de todo nuestro vivir cristiano. "Sin mí no podéis hacer nada"(Jn 15, 5), nos dijo Jesús. "El que come mi carne y bebe mi sangre, vivirá por mí"(Jn 6, 57). Necesitamos la Eucaristía y los demás sacramentos para hacer nuestra la misma vida de Dios y poder decir de verdad con S. Pablo: "Ya no soy yo, es Cristo quien vive en mí"(Gl 2, 20) y "Todo lo puedo en él que me da la fuerza"(Flp 4, 13). La Eucaristía es el Pan de Vida ["Yo soy el pan vivo bajado del cielo, el que come de este pan vivirá para siempre" (Jn 6, 51)], el alimento de nuestro ser cristiano y cofrade, porque es Jesús Vivo quien viene a nosotros para recibirle y adorarle.
 
c) Vivencia singular de la oración personal y comunitaria.
Me gustan las palabras acertadas que utiliza nuestra Regla. La oración es un encuentro personal con Dios y, por ello, es una vivencia singular, única, que tiene lugar en nuestro interior, en el yo profundo de nuestro ser. "Cuando ores no hagas como los publicanos (...) tú entra en tu habitación, cierra la puerta, y en lo secreto háblale a Dios y Él que ve lo secreto te compensará"(Mt 6, 6). Esto es primordial para todo cristiano. Por ello el hermano de las Aguas debe vivir su fe, su vida, sus tareas, sus relaciones, su servicio... desde dentro, desde la vivencia de la presencia amorosa de Dios en la oración.
 
Y con mucha razón, nuestra Regla añade que la oración del hermano es también comunitaria. El cristianismo no es una religión individual, intimista, que nos aísla y separa. La vivencia de la fe nos lleva necesariamente a la comunión con los demás que, en Cristo, son nuestros hermanos: "Porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos"(Mt 18, 20). Y la Iglesia es la comunidad de los seguidores de Jesús. "Padre, que ellos sean uno, como tú y yo somos uno, para que el mundo crea" (Jn 17, 21). Por ello la vivencia singular también se refiere a que los hermanos tengamos momentos fuertes de oración en común; momentos de sentirnos orando con toda la Iglesia, compartiendo nuestra fe y esperanza en común, en la contemplación, la adoración, la súplica y en la acción de gracias.
 
d) El ejercicio de las virtudes cristianas.
Para vivir una vida nueva hemos renacido por el Bautismo y la hemos ratificado personalmente en la Confirmación, el sacramento que nos fortalece para la responsabilidad. La Eucaristía es nuestro alimento vital para el camino. ¿Por qué? Porque estamos llamados a la vida en Cristo, al ejercicio de las virtudes cristianas. San Pablo nos lo recuerda siempre: Somos llamados a llevar en adelante una "vida digna del Evangelio de Cristo" (Flp 1, 27). Siguiendo a Cristo y en unión con él, podemos ser "imitadores de Dios, como hijos queridos y vivir en el amor" (Ef 5,1), conformando nuestros pensamientos, nuestras palabras y nuestras acciones con "los sentimientos que tuvo Cristo" (Flp 2, 5). Como hermanos de las Aguas somos nazarenos, es decir, seguidores de Jesús, viviendo como él vivió y siguiendo sus pasos.
 
e) Y la acción comprometida del anuncio de la Buena Nueva a los hombres.
Ser cristianos es ser misioneros, enviados por Jesús mismo a anunciar y a llevar la Buena Noticia de la salvación a todos los hombres y mujeres del mundo: "Id, hacer mis discípulos a todas gentes, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo y enseñarles a guardar todo lo que os he dicho"(Mt 28, 19). Hoy la Iglesia nos urge a llevar a cabo la Nueva Evangelización, no como un tema de moda sino como la exigencia que nace de nuestro ser cristiano "porque esta es la tarea primordial de la Iglesia" nos recuerda el Papa Francisco en su bella y exigente Exhortación Apostólica: "La Alegría del Evangelio", que todos los hermanos debemos leer para hacer nuestro su mensaje. Porque "El amor de Cristo nos apremia"(2 Co 5,14);"¡Ay de mí si no anunciara el Evangelio" (1 Co 9, 16). Qué bien que nuestra Regla nos lo señale como la acción comprometida de nuestra vida de hermanos. Somos hermanos de la Aguas para compartir con los demás nuestra experiencia de fe vivida, alimentada y enriquecida dentro de nuestra Hermandad.
 
Quiero terminar como colofón a mi reflexión con estas palabras del Papa Francisco en su Exhortación y que nos atañen a todos nosotros como comunidad cristiana que somos, llamados a renovarnos:
 
"Espero que todas las comunidades procuren poner los medios necesarios para avanzar en el camino de una conversión pastoral y misionera, que no puede dejar las cosas como están. Ya no nos sirve una "simple adminis- tración". Constituyámonos en todas las regiones de la tierra en un "estado permanente de misión" (La Alegría del Evangelio, 25)
 
Javier Bermúdez Aquino
Consiliario de Formación

 

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